Shakespeare y los sonetos homoeróticos


Las obras de Shakespeare ofrecen numerosas evidencias de su preocupación por la homosexualidad: hombres y mujeres travestidos, confusiones sobre el sexo de los personajes (como aquella entre Viola y Orsino en "Doceava Noche").

Sin embargo, es en los sonetos, publicados sin permiso del autor en 1609, donde existen las más claras señales de su orientación sexual. Toda la obra está dedicada a "Mr.W.H.", iniciales que se cree que pertenecieron a Henry Wriothesley, o a William Herbert.

Los primeros 126 sonetos están dedicados a un joven hombre de gran encanto y belleza, a quien en su soneto número 20 llama provocativamente "el dueño/dueña de mi pasión". Los últimos 28 sonetos están en cambio dedicados a "mi oscura dama".

También existen algunos poemas en los que las dos figuras aparecen, y ambos son retratados como infieles al poeta.

Aunque la mayor parte de ellos tienen un claro contenido homófilo y el editor se los dedicó a "Mr. W. H., el solo inspirador de los sonetos que siguen" unos dicen que Shakespeare escribió para un joven y noble señor, y otros mas cercanamente que el poeta estuvo enamorado de ese noble, acaso William Herbert, futuro conde de Pembroke.

Oscar Wilde, en su novela corta "El retrato de Mr. W. H." plantea que el destinatario de esos sonetos eran un joven actor llamado William Hughes.

Estos sonetos fueron deliberadamente alterados, y no fueron conocidos en orden hasta 1780, época en que se conocieron los originales y quedó de manifiesto el carácter homosexual de la obra.

En el siglo XIX, muchos estudiosos y poetas criticaron la tendencia de Shakespeare de adjudicar características e imágenes típicamente femeninas a personajes masculinos, lo cual consideraban indignante.

Autores gays, como W. H. Auden y A. L. Rowse han concluido que Shakespeare no era, de hecho, homosexual. Otros, como Joseph Pequigney en su último trabajo, han demostrado lo contrario.

Soneto XXIX

Cuando, en desgracia con la fortuna y a los ojos de los hombres,
deploro solitario mi triste suerte,
y turbo con mis ayes inútiles a un cielo que no me escucha,
y me encaro conmigo mismo, maldiciendo mi hado,

Con el deseo de ser semejante al más rico en esperanzas,
de tener un rostro como el suyo,
de poseer un talento de este y el campo de acción de aquél,
con lo cual me siento menos satisfecho que con aquello de que más gozo;

Entonces, en medio de estas ideas en que yo mismo casi me desprecio,
se me ocurre pensar felizmente en tí; y, acto seguido, mi condición, semejante a la
alondra que al despuntar el día alza su vuelo de la melancólica tierra,

entona himnos a las puertas del Cielo.
Pues el recuerdo de tu dulce amor me brinda tales riquezas,
que desdeño trocar entonces mi estado con el de los reyes.

Soneto XXXV

No te conduelas más por lo que has hecho;
las rosas tienen espinas, y fango los argentinos manantiales;
nubes y eclipses velan igualmente el sol y la luna,
y el inmundo gusano mora en los más tiernos capullos.

Todos los hombres cometen faltas, y yo acabo de cometer una
autorizando con símiles tu transgresión,
corrompiéndome a mí propio por paliar tus culpas,
y excusando tus pecados más de lo que merecen.

Porque ayudo con mi sentido a tu falta sensual
parte contraria transformada en abogado,
y comienzo contra mí mismo una legítima defensa.

Tal guerra civil riñen en mí el odio y el amor,
Que estoy a punto de convertirme en cómplice
de este dulce ladrón que me roba de mí mismo tan agriamente.


Fuente: Isla Ternura

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Shakespeare pertenece a una época en la que la poesía no era necesariamente una manifestación de la propia intimidad, como lo fue a partir del Romanticismo. Gracias al Romanticismo estamos acostumbrados a relacionar el contenido de un poema con la vida del autor. Un caso similar ocurre con sor Juana Inés de la Cruz, la monja mexicana del siglo XVII que escribió sonetos de amor dedicados a mujeres ficticias (¿o quién sabe?) bautizadas con nombres consagrados por la tradición latina.
Ahora bien, la naturaleza retórica y no confesional de la poesía barroca facilitaba expresar los verdaderos sentimientos, la verdadera preferencia sexual, y pasar desapercibido, como en un baile de máscaras. Es muy probable que los indicios hallados en las obras de autores como los mencionados, muestren una cara que la crítica conservadora se empeña en ocultar.
La historia de la literatura registra numerosos casos análogos desde la antigüedad grecolatina hasta el siglo XX: recordemos los sonetos de amor oscuro de Federico García Lorca.

Javier dijo...

Muchas gracias por tu profundo y detallado aporte que contextualiza mejor la información. Apreciamos tu lectura.