Sociología de la Sexualidad - Óscar Guasch

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El control de la sexualidad lo tuvo la Iglesia, luego la medicina y ahora el mercado






Abrió el surco de la sociología en el mundo homosexual con 'La sociedad rosa' (1995) y una docena de años después considera que la perspectiva de género, como la de la edad o clase están determinadas por «variables líquidas ¿qué es ser hombre o mujer hoy? ¿a qué edad se es anciano o se deja de ser joven?». Óscar Guasch (Tarragona, 1961) ha pasado por Valladolid para hablar en la Universidad Miguel de Cervantes sobre 'La crisis de la heterosexualidad', su último libro.

-¿Por qué está la heterosexualidad en crisis?

-Hay que aclarar que crisis significa cambio y transformación, no desaparición. Cuando se habla de crisis de la heterosexualidad, hay que distinguir que no es lo contrario a la homosexualidad. Ambas forman parte del mismo modelo. Los psiquiatras dicen que es una orientación sexual pero para los sociólogos es un estilo emocional y de vida. La heterosexualidad para la investigación sociológica no tiene que ver con quien te acuestas sino con cómo vives tu vida emocional. Hoy en España gais y lesbianas son heterosexuales porque reproducen el mismo estilo de vida -casarse y tener hijos- y emocional -creen en el mito del amor romántico, en la media naranja-. Es decir, el núcleo de la heterosexualidad para los sociólogos es un estilo de consumo. 

-¿Qué cambios destaca en esa evolución heterosexual?

-Hace 30 años cuando una mujer se quedaba soltera era para vestir santos y un solterón era 'sospechoso'. Hoy los 'singles' eligen estar solos o tienen pareja pero deciden que no quieren compartir con ella todo su espacio. El mito de la media naranja está cambiando. La gente sabe que el amor dura lo que tenga que durar, uno se puede volver a enamorar. Antes la gente se casaba para tener seguridad y desarrollar un proyecto en común. Hoy se casa o tiene pareja estable para combatir la soledad o el aburrimiento. 

-¿Por qué considera que la sexualidad está dirigida por la medicina?

-Las ciencias de salud se han apropiado de la sexualidad. Cuando se quiere explicar en un colegio algo de gastronomía no ponemos diapositivas del aparato digestivo. Cuando hablamos de sexualidad se ponen diapositivas del aparato reproductor. Es absurdo. La sexualidad tienen que ver con emociones, sentimientos, valores, imaginación. La sexualidad es también cultura pero que la reducimos a cuestiones muy corporales y simples. Poco a poco hay nuevas maneras de gestionar el cuerpo que van calando en la sociedad de una manera lenta. Las personas empiezan a autodeterminarse a nivel sexual. Y hay que despreocuparse. Que uno es impotente, no hay problema, le quedan manos para acariciar, lengua para lamer; que una mujer no tiene orgasmos, pues hay otras formas de relación sexual. Los sexólogos nos han convertido en atletas sexuales. Nuestra sociedad ha convertido el sexo en algo muy trascendente. 

«Ser macho mata»-En el caso de España, hay una larga tradición 'atlética'.

-Lo que ocurre es que estamos pasando a un modelo de mercado. Primero el control de la sexualidad lo tuvo la Iglesia, luego la medicina y en estos momentos, el mercado. Lo ha devorado todo, también la sexualidad. La gente tiene ansia por los orgasmos, el placer, seducir, y las cosas tendrían que ser más simples. Ahora que se habla de la sociedad de hacer las cosas despacio, saboreándolas, habría que aplicarlo a la sexualidad.

-¿Se enmarca dentro de la 'teoría queer'?

-En parte sí, pero es un invento de los anglosajones que de repente han descubierto la sopa de ajo. Simone de Beauvoir ya dijo que la mujer no nace sino que se hace y dejó claro que ni la biología ni la naturaleza tiene que ver con sexo o género en la especie humana, sino que es la cultura. Los teóricos anglosajones vienen con el cuento de que las mujeres no existen de igual manera en todas partes, algo que Europa ya sabía. En EE. UU. el género y la orientación sexual se esencializó, se intentó que las personas creyeran que una mujer blanca, rica y protestante era igual que una mujer negra y pobre, dos realidades completamente distintas. Pero hubo intereses políticos en los 60 y 70, se trataba de crear una categoría política que sirviera para construir un tipo de feminismo.

-Habla de la discriminación de género que padecen los hombres. ¿A qué se refiere?

-Hablar de eso no es negar la que sufren las mujeres, pero la de los hombres tiene una calidad distinta. Nos gustaría que algunos feminismos fueran más solidarios. Ser macho mata, tiene un riesgo. Si hacemos un análisis de género de las estadísticas de drogadicción, tráfico o encarcelamientos, nos daríamos cuenta de que ser hombre es una variable fundamental. Hay nueve hombres por cada mujer en la cárcel.


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